¿Qué hay por aquí?

13 diciembre 2011

Principios, no inicios

Llevo bastante tiempo con cierto desapego a este blog. Los motivos son varios y no muy concretos. No voy a entrar en detalles, pero últimamente no hago más que cuestionarme el por qué de un blog de estas características. Realmente, ¿qué interés puede tener para los demás lo que pasa por mi mente? ¿Qué espero ganar con esto? Pues la respuesta es que ni idea. Solo sé que me apetece hacerlo y que, seguramente, como suele ocurrir, mañana pensaré, con indiferencia, que qué necesidad había. Mientras tanto que sirva como desahogo en este momento de mi vida en que, entre unas cosas y otras, poca vida social tengo y poca gente hay que realmente sepa escuchar. Creo que cada vez somos más egoístas, la gente solo habla de sí misma, sin contemplación. Suelo dejar que hablen esperando mi momento que pocas veces llega, no sé si por falta de interés de los demás hacia mi vida o porque son conscientes de que a mí también me falta interés en la suya y si decido hablar, no les va a gustar lo que oirán. Siendo sincera, si bien poco me importa lo que me cuenta la gente, ¿por qué pensar que puede interesar lo que yo diga? Quizás me dé ventaja esta distancia virtual y que, al ser este mi espacio, nadie esté obligado, sobre todo moralmente, a interactuar y esa ausencia de obligación sea, precisamente, lo que dé pie a querer inmiscuirse.

Se acerca fin de año y supongo que por eso, hoy me ha dado por reflexionar y hacer balance. No ha sido, en ningún aspecto, mi mejor año, pero no significa que no haya aprendido varias lecciones que consigan que el regusto final no sea del todo desagradable. La lección más importante es una que viene repitiéndome un amigo desde hace años, que solía tomarme como un gracioso juego de palabras: "Ser fiel a los principios no implica ser fiel a los inicios".

Tan simple como cierto. Si algo ha caracterizado mi último año ha sido la lucha constante conmigo misma por no perder ciertos aspectos de mi personalidad que creía inamovibles. He sufrido varios cambios, tanto a nivel personal como con mi entorno, y durante muchos meses he sido reticente a aceptarlos, sentía que cambiar ideas que había estado forjando durante muchos años era una especie de fracaso, una debilidad emocional, una completa falta de personalidad pero, sorprendentemente, siento que he roto barreras que me tenían encorsetada en la teoría de lo que quería ser, no en la práctica de lo que realmente soy (los debates sobre qué es la realidad los dejaré para otro momento), y eso me hace sentir un poco más libre cada día. Creo que los cambios son buenos y solo las personas que los respetan son las que quiero que permanezcan en mi vida. La primera de ellas soy yo.

10 noviembre 2011

¡Si votas, no te quejes!

Siempre me ha dado rabia que me digan que si no voto en unas elecciones no tengo derecho a quejarme después. ¿Por qué? ¿Acaso es una obligación votar? ¿Dejaré por ello de ser ciudadana (y persona)? ¿Es tanto el poder al que estoy sometida que si no voto, los de arriba anularán por completo mis derechos? ¿Soy hipócrita por opinar sobre política aunque no haya hecho nada por elegir a un partido u otro? ¿Acaso no opina la gente sobre fútbol sin ser ella la que se debate en el terreno de juego? ¿Acaso no son igual de hipócritas y cojoneros (perdón por la expresión) aquellos españoles que durante los cuatro años de legislatura (del partido que sea) se han pasado tres años y medio, o más, maldiciendo y echando culebras sobre el presidente que ellos mismos eligieron? Y ejemplos de estos tengo unos cuantos, pero no quiero entrar en detalle, ni posicionarme por ningún partido, evidentemente.

Personalmente, siempre he considerado más sensato lamentarse por algo que no has hecho (por ejemplo, no votar), que quejarse por algo que has hecho con toda premeditación (por ejemplo, votar), pero no pretendo formar bandos, tanto en un caso como en otro se trata de quejarse, somos todos iguales, ¿acaso no es ese uno de nuestros deportes nacionales favoritos? Pues o nos podemos quejar todos o no se queja nadie. No consiento que se me juzgue por no participar de algo en lo que no creo ni que me digan cuándo puedo o no opinar, aplaudir, o quejarme o exaltarme.



Al margen de mis divagaciones, en este video el abogado Antonio García Trevijano hace una brillante defensa de la abstención electoral. El fragmento está extraído de un debate que se emitió, no sé exactamente el año, pero debió ser entre 1976 y 1985 en Televisión Española, en el programa La Clave. 

Creo que es la primera vez en muchos años que escucho argumentos que no pretenden manipular los sentimientos con aquello de que si no se vota se favorecerá a unos u otros (en el momento en que se piensa esto, el voto ya está condicionado y corrompido) o con eso de que debemos hacerlo por aquellos que lucharon o se quedaron en el camino para que disfrutemos hoy de nuestro derecho al sufragio universal... Pues con más razón, por todos aquellos que lucharon es por lo que no hay derecho a que esté pasando lo que está pasando actualmente con nuestros políticos y nuestro sistema electoral (y económico y social y cultural... pero eso ya es otro blog).

Ya para acabar, esto me recuerda a un debate que surgió no hace muchos años (y a día de hoy aún sigue) sobre la ley que permite a las parejas homosexuales contraer matrimonio. ¿Significa eso que todas estas parejas están obligadas a casarse? Como ya se les ha reconocido el derecho legal a hacerlo y ha costado tanta lucha y tanto sufrimiento... pues por narices todos a pasar por la vicaría, simpaticen o no con la institución matrimonial, ¿verdad? 

03 noviembre 2011

Puro teatro

A veces el sentido de la vergüenza y, sobre todo la autoexigencia, te privan de disfrutar de las pequeñas y grandes cosas de la vida. A veces es necesaria una válvula de escape, llámese alcohol, droga, sexo, locura o X, para liberarse y sentir lo que en un estado normal, rutinario, no se siente. 

Uno de mis defectos es que siempre quiero ser buena en todo y eso, a menudo, no suele ser así. Tengo prisa por aprender y de un día para otro ya quiero ser experta. Si hago algo de cara a los demás, pretendo que estos se queden con la sensación de haber visto algo grandísimo, no lo que verdaderamente soy, una aprendiz de la vida que, pese a mis treinta años, estoy dando aún mis primeros pasos.

Hace cosa de un mes y algo, un grupo de teatro local y amateur me pidió si les podía ayudar en una obra, ya que les faltaba alguien para uno de los personajes, el de una francesita algo ingenua y desorientada. Como eran amigos y siempre me ha llamado la atención el mundo de la farándula, no dudé en ofrecerles mi ayuda. Hubo poco tiempo, muy pocos ensayos y lo que en un principio era un texto no muy extenso y aparentemente sencillo se convirtió, para mí, en una serie de retos que llegaron a provocarme hasta vértigo. Después de muchos años sin actuar, me daba pánico enfrentarme al público, además de batallar con la voz, con el acento francés, con mi baja autoestima... 

El día del estreno estaba ofuscada maldiciendo la falta de tiempo y el no haberlo ensayado todo más, ya que, en mi caso, coincidió todo en una época un poco estresante de mucho estudio, de prácticas que entregar a contratiempo, etc. Durante el ensayo general previo, se me avecinaba un desastre. Era una obra de aficionados, sí, que no supone ningún cambio sustancial en mi vida más que el de vivir algo por puro placer, pero esta manía de quererlo todo tan perfecto me da rabia. ¡Tendría que haber estado disfrutando! 


El reparto al completo
Pero... tachán, tachán, pasó que el resultado fue mejor de lo esperado. Siempre he pensado que el estado de concentración que adquieres en un momento así, de nervios, con focos que no te dejan ver, y sabiendo que no hay marcha atrás y ya no valen las tomas falsas, difícilmente se puede adquirir en otras circunstancias. Y esa sensación me encanta. Esa satisfacción al oír al público interrumpirte con su risa, esos aplausos que, merecidos o no, te hacen feliz por un instante, esos nervios, esa adrenalina... Dios, parezco una concursante de OT hablando así.

"Quin parell de dos", Barcelona, 30 de octubre del 2011
Hoy viendo las fotos, he pensado que esta experiencia ha sido mi pequeña válvula de escape y que tiene que haber alguna manera para trasladar esa adrenalina, esa concentración de intensidad, a la vida diaria. El amor es lo que se me antoja más cercano, pero este —al menos en mi caso, por suerte— carece de esa fugacidad momentánea. No quiero dedicarme por completo a ser actriz, ni al mundo del espectáculo, pero quiero seguir sintiendo que a pesar de las dificultades y de los desastres que puedan preverse, y de los nervios que eso provoca, y de lo poco trascendental que pueda parecer algo en un principio, todo vale la pena. Seguiré buscando la manera, entre función y función (que aún quedan unas cuantas) y la encontraré.

04 octubre 2011

Cansada de enroscar bombillas y creer que son ideas

Haciendo de hombre-orquesta en tu puerta,
esperando verte salir,
o aguardando sentado a que en la pantalla 
aparezca la palabra fin

Uno de los mayores inconvenientes que acecha a quienes pretendemos —y no conseguimos— escribir algo en condiciones algún día es el de caer en el hábito monotemático fruto, muchas veces, de un limitado conocimiento y encasillarse, como se suele decir. Después de una adolescencia inevitablemente cargada de pseudo-literatura rancia y sentimental, de corazones rotos y choques generacionales, vino lo que suelo llamar mi “etapa universitaria de trenes y andenes”. Pasaba tres horas diarias en el tren para ir y venir de la universidad y la gente con la que solía relacionarme por aquella época también vivía lejos, así que casi todas mis historias, reales y ficticias, empezaban o acababan en una estación de tren, a menudo con el banco rojo de la Renfe por paisaje, un cigarro con el que cerrar la reflexión y la figura de un vagabundo para echarle más dramatismo al asunto. Ya desde bien joven me abrumaba lo injusto y triste que puede ser el mundo.

Tras esta etapa vinieron otras de menor duración, como la etapa rebelde de cristales rotos y hojas de cuchillas amenazando con acabar con todo, la etapa “voy a escribir literatura erótica ahora que por fin sé de lo que hablo” o intentos fallidos de filosofía barata. La más acusada de un tiempo a esta parte es la que podríamos llamar, como suelen hacer los manuales de literatura, “última etapa” o “etapa de maduración”. Que no os engañe la palabra maduración, en el fondo sigo siendo la misma. Prestad atención, en cambio, en lo de “última”, pues no sé si será este momento de desolación en que ya poco creo en mí el que me hace pensar que ya no hay vuelta atrás. Me influye mucho el paso del tiempo y sus consecuencias como para no sacar a relucir estas ideas cada vez que trato de escribir algo. Solo me apetece hacerlo cuando me siento envejecida, ya sea por mi piel, que parece cambiar de un día para otro, ya sea por ver como cambia mi entorno mientras me aferro a lo mismo de siempre, ya sea por la degradación constante de unas relaciones y otras, o por la maldita melancolía que no me abandona nunca, como si escribir fuera la única manera de detener el tiempo para encontrar un resquicio de tranquilidad. Y me empeño en salir de esa situación, porque quiero contar mi alegría, el brillo de esas pequeñas cosas que me hacen feliz un solo instante y, por supuesto, no quiero ser infeliz ni regodearme en la tristeza pero, como una adicta, necesito de ella para poder crear algo.

Cuando era (pre)adolescente, sumida en mi romanticismo, huía del tipo de vida que socialmente se me asignaba. No quería salir de fiesta, no quería aprender a maquillarme ni ir vestida a la moda. Mis compañeros de clase me parecían superficiales y yo era más feliz sola, en la penumbra de mi habitación, iluminada con velas, escuchando música poco convencional para la época y para mi edad, devorando libros… y sobre todo, bolígrafo en mano, dispuesta a comerme el mundo con mi supuesto don para la escritura. Ese romanticismo fue evolucionando hacia una mayor sociabilidad y, aunque quise ser muchas cosas de mayor (deseos que iban y venían según soplaba el viento), ser escritora (o escribir, simple y llanamente) es el único sueño que se ha mantenido firme todo este tiempo, debido a sus muchas ventajas: posibilidad de hacerlo al aire libre o en cualquier lugar, posibilidad de hacer una buena acción consiguiendo que la gente se evada de su, tal vez, asqueado mundo real, reconocimiento social, compatibilidad con otros trabajos o actividades… La mayor ventaja de todas es la de la propia satisfacción de crear. Quizás mi instinto maternal vaya más por esos derroteros. Me asusta la idea insensata de traer niños a un mundo que parece abocado al fracaso constante, pero esto ya es otra historia.

Sea como sea, la sensibilidad muestra su lado más cruel a medida que voy haciéndome mayor. Ya no me valen esos consejos de intentar ser positiva y tratar de ver siempre el lado bueno de las cosas, porque mi desolación va mucho más allá de todo eso. Sé que no estoy perdida del todo. No he perdido mi sentido del humor, ni dejo de disfrutar de todo aquello que da sentido a mi existencia. Incluso soy capaz de valorar positivamente el dolor, la rabia, la impotencia, los celos… pero por todos es sabido que cuando más sensible eres más frágil te sientes, y a día de hoy me siento incapaz de ponerle más contrafuertes a esta fragilidad para que no acabe de derrumbarse del todo. (Solo) tengo treinta años, pero la apreciación del tiempo desde hace ya algunos años es tan fugaz que a veces es como si ya los hubiera pasado, como si en vez de treinta, fueran cuarenta o cincuenta.

Al final se reduce todo al miedo. No sé muy bien a qué, si al futuro, a la muerte, a la soledad, a la sociedad en general que cada día está más loca… pero miedo al fin y al cabo. Y trato de desdoblarme, de refugiarme en la creación de historias, gentes y lugares ficticios que proyecten todo lo que queda eclipsado por el miedo a la vida real. Y como la pescadilla que se muerde la cola, la frustración de no conseguirlo, la conciencia de mis propias limitaciones, es la que vuelve a tirarme de cabeza al miedo.

En pocas palabras, estoy estancada. Quién pudiera volver a la pseudo-literatura rancia y sentimental y a la ingenuidad de las primeras intentonas...

03 junio 2011

El otro lado de la cama

***
De pequeña solía leer (no recuerdo el título) un cuento sobre un anciando que, a oscuras con un quinqué, en camisón y gorro de dormir, salía de su casa a altas horas de la madrugada en las frías noches de invierno de la Inglaterra del siglo XIX. Salía de la cama, daba un paseo y volvía a ella, titiritando en silencio. Cuando la criada le preguntaba, perpleja, el por qué de esa costumbre, el anciano siempre respondía que para valorar la calidez del hogar y las mantas, era preciso no olvidar el frío y la inclemencia. 

Qué idiota me parecía aquel hombre cuando lo leía bien acurrucadita con la linterna bajo la manta, antes de dormir, en aquellos años en que mi mentalidad era más simple y solo era capaz de hacer una interpretación literal de los hechos.

Poco a poco, fui entendiendo que todo en la vida tiene su lado opuesto, que lo bueno siempre tiene su lado malo, y viceversa; que para disfrutar hay que saber que lo podrías pasar peor y que para pasarlo mal debes recordar que podrías pasarlo mejor pero yo, que solía ser de tonos grises, ni blanco ni negro, a día de hoy no logro el equilibrio. ¿Dónde está el límite diario de cambios anímicos para considerarse una persona mínimamente cuerda?


31 mayo 2011

Apadrina a un filólogo


Hace unos días vi de casualidad este video y me llamó mucho la atención, así que busqué la película y me acomodé en mi cojín gigante, a devorar pipas y coca-cola, como hago siempre cuando tengo casi la certeza de que voy a disfrutar durante un par de horas delante del televisor. Ya el título me pareció curioso, y más cuando al poco rato era Nacho Vegas quien sonaba de banda sonora en un contexto aparentemente poco propicio para él, pero que quedaba genial. Luego fue decayendo, porque la música no tenía todo el peso que esperaba en la película.

Normalmente procuro no saber mucho acerca de las películas antes de verlas, prefiero dejar que me sorprendan poco a poco, sin ideas preconcebidas. Debe ser la ley de Murphy, porque si me dicen que es muy buena, acaba no gustándome, y si me dicen que es pésima, le veo encanto o me entusiasma. Aunque hay excepciones, claro, prefiero generar mi propio criterio, sin influencias. En este caso, no sabía de qué iba, no sabía nada de la trama, no conocía a los actores y ni siquiera sabía que era la primera película del Trueba Jr. y que había estado nominada a un par de Goyas. Eso sí, después de ver una película, me hincho a leer críticas de Filmaffinity y similares, para contrastar opiniones. Es lo que tiene la vida moderna, que no hace falta salir de casa para sentirse un rato acompañado.

Mi opinión general de la película es bastante positiva, aunque tirando a mediocre. No soy crítica cinematográfica —ni ganas—, así que tampoco pretendo hacer un examen exhaustivo, pero sí decir que me pareció una película llena de posibilidades mal explotadas. En general, me pareció irregular, por un lado, momentos muy muy buenos, muy inteligentes y con buenos planos, y por otro, escenas muy mal logradas, en cuanto a guión sobre todo. Debo decir que solo la he visto una vez, así que es posible que con el sonido de las cáscaras de pipas se me escaparan muchas cosas. Aún así no me dejó indiferente, en general es una buena reflexión acerca de la vida y las relaciones de pareja, es fácil sentirse identificado sea como sea como estés viviendo tú el amor en ese momento, aunque la linea argumental general de la película sea bastante simple y predecible en muchos casos.

Si hablo de esta película, ya véis, no es porque me pareciera una gran obra de arte. Hablo aquí de ella por lo sentí leyendo todas esas críticas después. Por un momento, hubiera deseado tener delante a toda esa gente que deja su opinión en la web y hacer una tertulia envuelta en humo, a lo Garci, y demostrarles que soy una persona normal y corriente, no una especie en extinción.

¿Porqué digo esto? Quizás a partir de ahora pueda haber algo de spoiler (muy poco), así que atentos aquellos que no quieran saber nada de la peli antes de verla, por si acaso.

El protagonista es filólogo, como yo. Le gusta escribir poemas y cartas, como a mí. Es hombre de una sola mujer, aunque a veces se esfuerce por aparentar lo contrario, como yo. Es una persona de carácter apagado, melancólico, estático, de futuro incierto... como yo. Trabaja en una librería pequeña y antigua, no como yo, pero yo visito varias.

Pues bien, según estas premisas, a muchas personas que han dado su opinión sobre la película, ese personaje les parece trasnochado, inverosímil, obsoleto, anacrónico, pedante, arrogante, y varios adjetivos por el estilo... Y no me refiero a quienes juzgan las aptitudes interpretativas de Oriol Vila, el protagonista (que tampoco creo que sea un actorazo), o del resto de personajes (bastante mediocres la mayoría también, en mi opinión) sino a quienes juzgan el personaje y afirman que la película es aburrida, no por los muchos motivos que hacen de esta una película mediocre, sino porque el personaje, según esta gente, es inverosímil y poco cinematográfico. ¡Poco cinematográfico! Porque un filólogo nunca podrá ser un héroe (o antihéroe) de cine, un filólogo no puede ser otra cosa que un pedante, o porque ¿quién tiene la desfachatez de relacionarse con gente que le guste leer o escribir o filosofar? ¿es posible que alguien escriba a boli todavía? ¿quién, a día de hoy, piensa o razona? ¿eso qué es? o ¿quién utiliza aún en sus conversaciones referencias literarias o cinematográficas? Eso ya no se lleva, seamos modernos, por Dios...

A toda esta gente que opina que eso ya no se lleva, la invito a que se pase una temporada por mi vida, que conozca a mis amigos, que se pasee por las universidades y escuche las conversaciones de la gente... Verán que no es tan raro. O yo me relaciono con la única gente del mundo que tiene intereses culturales, o es que no somos tan pocos como algunos se empeñan en creer.

Ya que estamos en época de reivindicaciones, quiero decir desde aquí que los filólogos somos una realidad social como cualquier otra, señores. Desde que empecé la universidad, hace unos diez años, siempre he escuchado comentarios despectivos, o he visto expresiones faciales con aires de desprecio al oír mi respuesta a la pregunta "¿qué estás estudiando?", como si decir Filología fuera sinónimo de estar condenado al fracaso. Que nos guste el lenguaje, la literatura y el arte en general, no significa que seamos unos pedantes que despreciamos al populacho. Nos gusta eso, como a un médico le gustará el cuerpo humano, como a un historiador la Historia, como a un mecánico los coches, como a un jardinero las flores o a un campesino el campo. No logro entender qué tenemos de raro. Somos gente que hemos estudiado una rama del conocimiento que hoy en día se sigue estudiando y que sigue evolucionando. ¿Por qué no hay cabida para nosotros en el cine, y sin embargo hay infinitas películas y series de abogados arrogantes, de médicos insoportables, de alienígenas y seres mucho más inverosímiles que un filólogo cultureta?

La vida es así, parece. Si un abogado te da consejo legal, te postras a sus pies; si un médico te habla con tecnicismos y no te enteras de nada, da igual, él tiene razón, hay que hacerle caso; si un arqueólogo hace un gran descubrimiento te parece admirable; si un cantante hace un pareado, todos aplaudimos; si un filólogo te dice que "eso no se dice así, sino asá", es un ser odioso y engreído. 

Pues bueno. Pues vale.

(Suspiro)

16 mayo 2011

Con la música a otra parte

Las declaraciones de Echenoz hacen pensar en la idea de que un escritor, a veces, puede esconder un músico fracasado o, al menos, que ser un músico serio es mucho más difícil que ser un escritor. “Sucede que el músico tiene una actividad social y un escritor no está obligado, yo de hecho rechacé un poco eso; la persona que escribe puede quedarse en su casa, como Maurice Blanchot. El músico, en cambio, tiene que mostrar su cuerpo, y por eso lo considero uno de los oficios más difíciles del mundo. El pianista concertista, por ejemplo, tiene que hacer, frente a su público, algo nuevo con algo que ya está hecho, sedimentado, y yo pude comprobar que todos ellos, por más experiencia que tengan en la materia, ante el inicio de cada concierto se mueren de miedo. Claro que escribir tampoco es fácil, implica sufrimiento. De todos modos, es el placer y no el sufrimiento lo que te lleva a escribir, pero algunos días son realmente angustiantes. Lo más difícil es cuando algo no sale; para la escritura no hay un aprendizaje ya hecho, siempre hay que empezar de cero: si uno construye una mesa, sabe que necesita cuatro patas y madera, en cambio con la escritura siempre es distinto; y cuando uno ya escribió algunos libros, justamente lo que no tiene que hacer es repetirse”.

Extracto de una reseña sobre Jean Echenoz.
Juan Pablo Bertazza. Suplemento de Página/12, 15 de mayo del 2011. 

Pueden leerla entera aquí.


06 mayo 2011

Concierto de Nacho Vegas. Plaça Odissea

Quien me conoce bien ya sabe de mi admiración por este hombre, uno de los mejores letristas que ha habido en este país. Bien, no es más que una opinión, evidentemente subjetiva, dada mi gran simpatía hacia la gente que aún se esmera por cantar historias con pies y cabeza; por no hacer de la música un mero producto estético (aunque no deja de serlo) y porque es de los pocos que ha sido capaz, en estos últimos años, de sobrecoger mi corazón (cansado de latir, como decía Sabina) a base de imágenes desalentadoras pero, paradójicamente, de una belleza rara de ver hoy en día, de esas que sacuden y no pueden dejarte indiferente. Estudió Filología, como yo, eso nos une, y carece de una voz espectacular o de formación musical, aunque lleva una larga carrera a cuestas como miembro de diferentes bandas, hasta presentarse en solitario, a finales de los 90.

Si tuviera que definir el conjunto de sus canciones, en pocas palabras diría que son oscuras y realistas. Esa oscuridad es la que ha llevado a la crítica a tacharlo siempre de poeta dramático y maldito, renegado de la sociedad. Para mí es puro y simple realismo. Realismo deliciosamente ficticio. En una sociedad de plástico en que todo está retocado, vendido, expuesto... él sigue editando con calidad de vinilo, sin demasiadas superproducciones. No emplea grandes campañas de imagen (su figura es más bien fría y acongojada) y sus conciertos carecen de grandes efectos especiales. Es como tú o como yo, aunque no es solo su humildad o su simplicidad en lo que baso mi admiración. En una mezcla de pop, rock, country, y folklore asturiano, le canta al amor, como cualquier poeta, pero ese amor tiene infinidad de matices, demasiadas caras opuestas que no siempre se muestran o, en el caso de hacerlo, no siempre son agradables de ver. Le canta a la muerte pero consigue que ésta deje de ser una simple sombra que amenaza, para convertirse en una amigable compañera de viaje. Sí, amigable, habéis leído bien. La muerte y el dolor acaban cayéndote bien. Le canta a lo bello y a lo feo, pero siempre, en mi opinión, de un modo soberbio.

Son muchos años ya escuchándolo, se podría decir que solo en mi intimidad, porque poca gente hay a mi alrededor con quien compartirlo. Y no debo ser la única, porque en internet se respira siempre un agradable aire de fraternidad entre quienes, como yo, buscan su reconocimiento, porque no puede ser que alguien tan bueno sea aún tan desconocido (porque no, no es el de Nacha Pop, como me ha preguntado mucha gente). Aunque curiosamente, como a cualquier artista independiente, siempre tratamos de protegerlo de la comercialidad y la corrupción. Paradojas, al fin y al cabo, como todo lo que sugiere la figura de Nacho Vegas.

Lo que quiero contaros es mi experiencia de hace unos días. Llevaba años queriendo ir a un concierto suyo, pero entre unas cosas y otras, aún no lo había hecho. Siempre merodeaba la duda de si en directo me convencería o no, pensaba que quizás lo tenía tan idealizado que nada de lo que viera podría superar mis expectativas. Pero allí estaba yo, a las 18:30 de un jueves, dirigiéndome hacia el Maremagnum de Barcelona, dispuesta a aprovechar la ocasión de verlo gratis en el festival de Plaça Odissea. Por mucha duda que hubiera, necesitaba quitarme la espina de una vez por todas. Tranquila, pensando que llegaba con tiempo de sobra para coger un buen sitio, empecé a oír de lejos La gran broma final. ¿Estaba delirando? ¿El festival no empezaba a las 19h y actuaba otro grupo antes? Me entraron las prisas y el agobio (soy quejica por naturaleza, qué le vamos a hacer), pero al llegar, la plaza estaba casi vacía y Nacho y la banda tocando y probando el sonido. Le vi ensayar Cuando te canses de mí y luego se fue. Ahora tocaba esperar, pero de algún modo, esa espinita ya se arrancó y sabía que no me decepcionaría.

Mientras esperábamos a que empezara todo el tinglado y llegara más gente, vimos a Nacho acercarse, con el resto de músicos. Parecía que venían directos a nosotros. Como una quinceañera me puse nerviosa y me entró una especie de risita histérica, pero no se dirigía hacia nosotros, sino hacia la barra del bar. Así que, si Mahoma no va a la montaña... Nos dirigimos hacia él y como si fuéramos íntimos amigos le llamé por su nombre a su espalda, el se giró extrañado pero sonriente, y le pedí muy amablemente si podía hacerme una foto con él, que soy muy groupie, lo sé, pero no podía estar allí hablando con él, sin inmortalizar ese momento. Él se sorprendió, pero accedió encantado, con un gesto tímido y de risita nerviosa también. Por momentos me sentía una niñata estúpida y tonta, pero por otros, tenía la impresión de que le intimidaba más yo a él que él a mí. Nunca lo sabré.

Mi cara de bobalicona no tiene precio


Ahora me gustaría poder explicar que tuvimos una charla maravillosa, que entre cervezas, nos contamos anécdotas, que él me habló de Norteña y sus habitantes, de su pasión por la literatura, o que ese encuentro conmigo le inspiró una futura canción, pero no, el caso es que el encuentro fue muy fugaz: la foto, agradecimientos mutuos y mucha timidez. Poco más. Entonces es cuando una se sorprende de lo poco que se necesita, a veces, para ser feliz. Y cuando una se arrepiente, también, por no haber podido decir todo lo que le hubiera gustado decir.

A todo esto siguieron dos horas de intensa lluvia, de dudas por si se cancelaría el concierto o no, de hamburguesas en el McDonalds para pasar el rato y de compras por el centro comercial. A eso de las 21:45h, empezó el concierto. Abrió con Hablando de Marlén, una preciosa y sencilla canción (a quien no se le encoja el corazoncito pensando en Marlén es que no tiene sentimientos), y siguió con temas como Maldición, Perdimos el control, Me he perdido, Dry Martini S.A., Canción de Palacio #7, Va a empezar a llover, además de casi todo el repertorio de su nuevo disco, La Zona SuciaLo que comen las brujas, Cosas que no hay que contar y Reloj sin manecillas me gustaron especialmente. El bis lo completó con el clásico Michi Panero y con El mercado de Sonora. Alucinante. 

En fin, una hora y media que pasó volando, en la que faltaron muchas canciones, pero también con algunas que no esperaba y fue gratificante escuchar. Fue un día memorable. Expectativas más que superadas.

29 abril 2011

Gato michi fu michi fu

Reconozco que me tiene intrigadísima esto de las estadísticas de Blogger. Recientemente me aparece que algún desconocido accedió a mi blog, desde Google supongo, a través de la expresión "gato michi fu michi fu". ¿Qué clase de brujería es esta? Quien quiera que seas, si vuelves por aquí, pronúnciate y aclárame algunas dudas, por favor...

28 abril 2011

Urgencia

«La escritura es una más de las muchas inspiraciones para componer canciones. Tienes que tener la vocación de comunicar algo y eliges esa forma porque es la única para expresar una cosa que de otro modo serías incapaz. Es una cuestión de urgencia, que es lo contrario a la disciplina».
Nacho Vegas

24 abril 2011

Los mejores momentos de mi vida

***
Hace un tiempo alguien me propuso elaborar una lista de los mejores momentos de mi vida. Esta es la que dejé inacabada y, hoy por lo menos, no me veo con ánimos de seguir, pero creo que poca cosa ha cambiado desde entonces y viene a ser, más o menos, como la de todo el mundo. Podría profundizar más y agudizar mi ingenio e incluso ser graciosa para extraer algo creativo de mi día a día, pero no.

En días como hoy en los que ningún momento será recordado como el mejor de nada, días en los que desconfío hasta de mi propia sombra, en los que mi hostilidad hacia los demás creo que ya no puede ser mayor y me cuesta tanto encontrar soluciones que no sean siempre la resignación a poner la otra mejilla una y otra vez, siento una necesidad incontrolable de quejarme hasta la saciedad igual que una adolescente malcriada pero con la certeza de que tengo razones, argumentos y buen criterio para desesperar ante la incomprensión de por qué cosas tan evidentes y que podrían ser más sencillas de lo que son, solo las veo claras yo. 

En días como hoy poca cosa más queda por hacer, sino —en la teoría— rememorar esta lista para convencerme de que este estado de tristeza es pasajero y —en la práctica— dormir hasta que me harte.

La lista:

    El sueñecito que te entra cuando lees antes de dormir.
    El principio de las películas clásicas en blanco y negro.
    La ducha después de la playa.
    Esos abrazos tan intensos con los que crees que por más que aprietes, no es suficiente para transmitir todo el amor que sientes.
    Conocer gente y pensar que en el mundo, en el fondo, hay más personas buenas que malas.
    Escuchar el ronroneo de un gato. Y acariciarlo.
    Las noches de verano (sobre todo cuando anochece).
    Cenar o tomar algo en la terraza en verano.
    Las reconciliaciones.
    Observar y aprender de los niños (sobre todo de mis sobrinos) y también cuando te demuestran su cariño.
    Llorar de emoción cuando algo es inesperado y te hace muy feliz.
    La satisfacción cuando acabo de escribir un texto y me gusta.
    Ver dormir a la gente que quiero, sobre todo si duermen con una sonrisa en la cara.
    Dormir junto a mi novio y sentir que está a mi lado si me desvelo en plena noche.
    Comer fresas con nata.
    Los momentos de lucidez cuando, entre preocupación y preocupación, te das cuenta de lo más importante y de lo afortunada que eres teniendo lo que tienes.
    Observar el fuego de la chimenea y sentirse tranquila y calentita.
    Pasear por la playa.
   Esos momentos en que sientes que se detiene el tiempo, que solo piensas en ese momento o en esa persona con la que estás, y en nada más.
    Tumbarme en la cama a escuchar música, a oscuras, dejando entrar solo un poco de luz por las rendijas de la persiana.
    Las risas con los amigos.
    Sentir la brisa o el sol en la cara.
    Ver a mi padre sonreír o reírse a carcajadas.
    Comer pipas mientras veo la tele.
    Tumbarse en el césped.
    Terminar un buen libro o una buena película y pasarme horas o días pensando en ello.
    Los días lluviosos en casa.
    Viajar, sentirme en otro sitio.
    Conducir mientras escucho buena música.
    Las conversaciones con mi novio, especialmente cuando vamos en coche, escuchando música.
    Las despedidas bonitas.
    Los reencuentros bonitos.
    Sentir que aprendo cuando me explican algo.
    Los buenos recuerdos.
    Bailar y cantar a solas en mi habitación, cuando nadie me ve.
    Acostarme sabiendo que el día ha dado para mucho.
 

* Fotograma de la película Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler (1946) o de como quienes deberían ser héroes acaban siendo unos marginados. 

18 abril 2011

Feliz

«Feliz… -dije entre dientes, tratando de apresar la palabra. Pero es una de esas palabras, como "amor", que jamás he entendido cabalmente. La mayoría de la gente que trabaja con las palabras no tiene mucha fe en ellas, y yo no soy una excepción (sobre todo si hablamos de las grandes palabras como Feliz y Amor y Honrado y Fuerte). Son demasiado huidizas y sobremanera relativas cuando las comparamos con otras palabras pequeñas y humildes y cortantes como Gamberro o Barato o Farsante. Con éstas me siento cómodo, porque son desnudas y fáciles de retener, pero las grandes palabras son duras y tendrías que ser un cura o un necio para utilizarlas con un minimo de seguridad y soltura.»
El diario del ron
Hunter S. Thompson

14 abril 2011

Silencio

«...la escritura de un libro es un acto de valor (...). El oficio de la literatura exige una extraña mezcla de paciencia y decisión, de cautela y audacia. Saber callar importa tanto como romper el silencio.»
Antonio Muñoz Molina

01 marzo 2011

Reticencia

Cada vez que siento la necesidad de escribir algo tengo el mismo dilema: ¿Dónde está el límite entre mi realidad y mi ficción? ¿Hasta dónde estoy dispuesta a mostrar mis pensamientos íntimos o mis situaciones personales? Y, si entran en juego segundas y terceras personas, ¿Cuándo es o no lícito hablar de ellas? ¿Cuál es el límite que separa la simple anécdota inofensiva de la exposición deliberada ante los ojos de curiosos desconocidos? ¿Cuándo la discreción deja de serlo para convertirse en ofensa?

Supongo que no hay respuesta correcta a ninguna de estas preguntas, por eso suelo pensar que cada persona asumirá el verse reflejada en mis letras como mejor sepa o pueda. Hay quienes son más comprensivos que otros, quienes disfrutan sabiendo que escribo sobre ell@s y también quienes se niegan en rotundo a que se sepa algo de sus vidas, aún cuando las camuflo con metáforas o recursos variados. Cuando se trata sólo de hablar de mí suelo llegar a buen consenso con mi intimidad pero, respecto a los demás, me resulta difícl mantener el grado de empatía adecuado.

Quizás pienso demasiado, en vez de actuar.

07 febrero 2011

Reconciliación

«Con un palito trazaba signos en la arena. Súbitamente suspendió el palito en el aire y miró al cielo. Nada hacía prever que aquel acto decidiría su vida, pero así fue. (...) Poco después estaba sentado ante un papel en el que acababa de escribir la palabra "cielo". Estuvo por añadirle gris o azul pero dudó, tachó, corrigió... "El cielo azul se hace gris / como mi alma entre las hojas", fueron sus dos primeros versos. Entonces se levantó y fue a mirar el cielo. Se sintió tan dichoso que hubo de respirar hondo, con los ojos cerrados, para que la dicha no le ahogase con su fragor de lluvia torrencial. Desde ese día, escribió versos sin descanso.»
Luis Landero, Juegos de la edad tardía

Sé que me gano a pulso la poca credibilidad cuando a los cinco días de empezar algo, desaparezco diez. No ha sido en vano, he necesitado centrarme en algunos aspectos de mi vida y poner en orden muchas otras cosas. Han sido días aparentemente vacíos, pero son muchas las conclusiones a las que he llegado. La más importante para este blog es que he vuelto a reconciliarme con las palabras. Como dije en una entrada anterior, las palabras unidas a mi mente algo enferma, capaces de crear engaños y ambigüedades, fueron menguando, paradójicamente, mis ganas de escribir. Pensé que ya había dicho demasiado, quizá ofuscada por el pensamiento de que no interesa lo que diga o que no estoy capacitada para decirlo como quisiera, pero he comprendido, aunque sea algo obvio, que primero tengo que escribir para que los demás puedan opinar y, sobre todo, para seguir aprendiendo.


30 enero 2011

La inmortalidad

«Los dioses no tienen más sustancia que la que tengo yo»
Juan Ramón Jiménez
Nunca he tenido dioses
y tampoco sentí la despiadada
voluntad de los héroes.
Durante mucho tiempo estuvo libre
la silla de mi juez
y no esperé juicio en el que rendir cuentas a mis días.


Decidido a vivir, busqué la sombra
capaz de recogerme en los veranos
y la hoguera dispuesta
a llevarse el invierno por delante.
Pasé noches de guardia y de silencio,
no tuve prisa,
dejé cruzar la rueda de los años.
Estaba convencido
de que existir no tiene trascendencia,
porque la luz es siempre fugitiva
sobre la oscuridad,
un resplandor en medio del vacío.


Y de pronto en el bosque se encendieron los árboles
de las miradas insistentes,
el mar tuvo labios de arena
igual que las palabras dichas en un rincón,
el viento abrió sus manos
y los hoteles sus habitaciones.
Parecía la tierra más desnuda,
porque la noche fue,
como el vacío,
un resplandor oscuro en medio de la luz.


Entonces comprendí que la inmortalidad
puede cobrarse por adelantado.
Una inmortalidad que no reside
en plazas con estatua,
en nubes religiosas
o en la plastificada vanidad literaria,
llena de halagos homicidas
y murmullos de cóctel.
Es otra mi razón. Que no me lea
quien no haya visto nunca conmoverse la tierra
en medio de un abrazo.


La copa de cristal
que pusiste al revés sobre la mesa,
guarda un tiempo de oro detenido.
Me basta con la vida para justificarme.
Y cuando me convoquen a declarar mis actos,
aunque sólo me escuche una silla vacía,
será firme mi voz.


No por lo que la muerte me prometa,
sino por todo aquello que no podrá quitarme.
Luis García Montero
Extraído de Completamente Viernes
(Tusquets, 1998)

25 enero 2011

Tres décadas

Tres décadas

Una imagen vale más...

Los cumpleaños suelen ser motivo de celebración o de depresión, según el caso, pero cualquiera de los dos motivos lleva intrínseca la reflexión, el balance entre pasado y futuro, la ilusión o la resignación ante los buenos propósitos. Al cambiar el dígito y empezar una nueva década todo esto se intensifica aunque, realmente, cambia poca cosa. 

En mi caso, todo sigue igual, no me siento ni tan joven ni tan vieja como otras veces; tengo la misma vida, los mismos sueños, los mismos fracasos, las mismas arrugas... Solo hay matices, delgadas grietas en la apreciación de aquellas pequeñas cosas.

Debo reconocer que con el tiempo me he vuelto un tanto huraña y quizás por eso nació la necesidad de crear este engendro de escritos, fotos y música. Las palabras producen tal cantidad de ambigüedades y engaños, aún estando cargadas de buenas intenciones, que siento que ya he hablado demasiado en mi vida, de la misma manera que ya he oído demasiado. Aún así, dejo la puerta abierta a que esto sea solo un recurso como cualquier otro para expresarme cuando se me antoje, para esas veces en que considere que no es tan malo lo que escribo, aunque lo sea. Espero progresar adecuadamente.