¿Qué hay por aquí?

09 mayo 2014

Razones para pensar que "alguien" no nos quería en África...

Me comprometí a escribir una segunda parte de mis aventuras en África para el blog de viajes de mi amiga Judith y aquí está. Espero que os guste y que, a pesar de todo, si las tenéis, no se os quiten las ganas de viajar a este maravilloso continente. Esto son solo anécdotas puntuales, pero queda pendiente una tercera parte que cuente las maravillas que compensaron todos estos malos tragos.

Diez razones para pensar que "alguien" no nos quería en África... pero luego tampoco quería que nos fuéramos.

15 agosto 2013

Gambia, la sonrisa de África

Hace mucho que no publico aquí, pero hoy lo he hecho como colaboradora en el blog de viajes de una amiga y se me han despertado un poco las ganas de volver a las andadas. 

En el artículo hablo de mi breve estancia en Gambia, antesala del que fue el viaje más gafe que he realizado jamás, del que ya hablaré más adelante.

Si no conocéis el blog, os lo recomiendo encarecidamente. Ideal para echarse, como mínimo, una sonrisilla diaria.

29 julio 2012

El grito del tiempo

Hace años, muchos años, cuando aún era una jovencita ingenua e ilusionada que empezaba sus estudios de filología con grandes expectativas de futuro, asistí a un recital de poesía de un autor cuyo nombre no logro recordar. Todo lo que puedo mencionar es el aburrimiento que me provocó aquella lectura de poemas que hablaban reiteradamente del tiempo, del paso de las horas, eternas unas veces, fugaces otras, de caballos que galopaban hacia un confín infinito y se dispersaban a través de los años… Y cosas así. Me sentí como si estuviera en el fondo de un reloj de arena y, poco a poco, me inundara una nube de polvo blanquecino que hacía humedecer mis ojos y me asfixiaba. Un sopor aplastante es, básicamente, lo que recuerdo.  

Al salir del recital, la opinión generalizada fue la misma: «¡Qué tío más pesado! Que si el tiempo, que si los caballos…». Al día siguiente, y en días, meses y años sucesivos, ya ni recordaba haber asistido a tal acto, me olvidé del nombre de aquel poeta, de su cara e incluso de la gente que me acompañaba aquel día; gente ilusa como yo, ávidos lectores, sensibleros y rancios con quien creí tener gran afinidad pero que, como tantas otras personas, acabaron quedando a buen recaudo en el cajón del olvido de mi mente. Es ahora cuando, sin saber por qué, recuerdo y entiendo a aquel poeta anónimo igual que cierto día, pasada la adolescencia, entendí la sabiduría de mis padres. 

Ahora entiendo la desazón al observar el paso del tiempo delante de mis narices, dándome collejas o riéndose de mí por permanecer estática, por quejarme constantemente sin ofrecer nada a cambio. Entiendo el desaliento que provoca la conciencia de nuestra propia degradación humana, la desgracia que genera en nosotros mismos la imposibilidad de ciertos deseos, aunque nos empeñemos en sonreír y pensemos que con los años mejoramos, como el buen vino. Al contrario, los años nos hacen más mezquinos. La experiencia y el conocimiento son sinónimos de insatisfacción.  

La imposibilidad de volver a ser pequeña o una joven despreocupada y el contacto directo, debido a mi trabajo, con gente anciana cada día, hacen inevitable el pensamiento de que nada puede ir a mejor. Me resulta curioso, también, comprobar que cuando mejor me van las cosas, cuando más a gusto estoy con mi vida, más pienso en lo triste que es hacerse mayor y aumenta mi miedo a equivocar decisiones que no me permitan volver atrás. Aún soy joven, con plenas facultades y sexualmente activa pero, cada vez más, me preocupa no ser como fui, ni poder ser en el futuro como siempre he querido ser y me pesa esta sensación constante de conformarme con un presente que no está en mi mano cambiar. 

Hoy he rescatado de ese cajón del olvido mental, un disco que marcó mi niñez. Mi primer contacto musical en serio, más allá de las canciones infantiles, fue de la mano de Duncan Dhu y, en especial, de su disco El grito del tiempo, de 1987.  




Mikel Erentxun me fascinaba (fue mi primer amor, junto con Chema, el panadero de Barrio Sésamo) y recuerdo tardes enteras escuchando este disco, haciendo una especie de pictogramas con las letras de las canciones. Supongo que debido a la edad (tenía unos seis o siete años) no las entendía como las puedo entender ahora, pero esta canción, por ejemplo, era de mis preferidas, me parecía tristísima pero bonita a la vez, igual que ahora me lo parece la vida, en general. 

El sentido de tu canción

13 julio 2012

Estoy preparada

«Aún no estoy preparado 
para no poder oírte o no poder hablarte»
Pablo Neruda

¿Cuándo se está preparad@ para besar a un@ chic@?,
¿Cuándo sabes que es el momento de perder la virginidad?
¿Cómo sabes que estás enamorad@?
¿Cuándo se está preparad@ para abandonar un lugar o una situación concreta?


Ante este tipo de preguntas, y muchas otras, se suele contestar un complaciente "cuando llegue el momento, lo sabrás", pero no se suele matizar cuánto puede durar o alargarse ese momento, quizás unos segundos, minutos, días, meses, años o incluso décadas. Habrá quien diga, sin que le falte razón, que esos momentos nunca llegan, porque la vida es, en sí, un continuo devenir de acontecimientos más o menos intensos.

Se sabe —o se cree saber— que tal momento ha llegado, pero para llegar a esa certeza, son colosalmente intensos los sentimientos, las inseguridades o la inexperiencia, y de la misma manera, el futuro de ese momento glorioso puede dar lugar a arrepentimientos y dudas que lo desacrediten totalmente. Establecer, pues, un instante preciso en que tu concepción de la vida o del amor da un giro tan brusco es algo, me atrevería a decir, imposible o, en todo caso, a menudo equivocado.

Creo saber que ese momento llegó a mi vida pero no lo reconozco, no puedo ubicar con precisión el momento en que decidí ser una mujer felizmente enamorada entre tantos momentos buenos y malos, pero sobre todo intensos. He decidido no ponerle fecha a nada. Mucho me he estado cuestionando acerca del amor estos últimos cuatro años y he tenido que modificar convicciones, y defender a conciencia otras tantas para entender en qué punto me encuentro, y el resultado es que, en realidad, lo único que verdaderamente ha llegado es el conocimiento de una parte de mí misma que no hubiera podido conocer si no fuera por él. Porque no sabemos quienes somos realmente hasta que aprendemos a vernos reflejados en otros ojos y a ver también a través de ellos. Creo que ahí radica la plenitud entre dos personas. Él me complementa, no porque “me llene”, como suele decirse (una persona no tiene vacíos que rellenar a menos que reciba un balazo, le extirpen un órgano o cosas así que, afortunadamente, no es mi caso; ni siquiera el vacío existencial creo que pueda llenarlo un solo ser), sino que me complementa porque es una prolongación de mí misma, una parte de mí que me hace ser más grande, que me ilusiona y me lastima a partes iguales como hago yo misma conmigo. Y nadie ha podido conseguir eso hasta ahora.

Eso te hace especial y único en mi vida. O mejor dicho, esa es la respuesta más concisa que puedo dar a por qué te quiero tanto. 

11 julio 2012

Literatura

«... leer es un acto de índole informativa; lo verdaderamente literario es releer. Tres o cuatro libros encierran, como creyó Flaubert, toda la sabiduría a que tiene acceso un hombre, pero los títulos de esos libros varían también con cada hombre.»
Javier Cercas, El móvil

13 diciembre 2011

Principios, no inicios

Llevo bastante tiempo con cierto desapego a este blog. Los motivos son varios y no muy concretos. No voy a entrar en detalles, pero últimamente no hago más que cuestionarme el por qué de un blog de estas características. Realmente, ¿qué interés puede tener para los demás lo que pasa por mi mente? ¿Qué espero ganar con esto? Pues la respuesta es que ni idea. Solo sé que me apetece hacerlo y que, seguramente, como suele ocurrir, mañana pensaré, con indiferencia, que qué necesidad había. Mientras tanto que sirva como desahogo en este momento de mi vida en que, entre unas cosas y otras, poca vida social tengo y poca gente hay que realmente sepa escuchar. Creo que cada vez somos más egoístas, la gente solo habla de sí misma, sin contemplación. Suelo dejar que hablen esperando mi momento que pocas veces llega, no sé si por falta de interés de los demás hacia mi vida o porque son conscientes de que a mí también me falta interés en la suya y si decido hablar, no les va a gustar lo que oirán. Siendo sincera, si bien poco me importa lo que me cuenta la gente, ¿por qué pensar que puede interesar lo que yo diga? Quizás me dé ventaja esta distancia virtual y que, al ser este mi espacio, nadie esté obligado, sobre todo moralmente, a interactuar y esa ausencia de obligación sea, precisamente, lo que dé pie a querer inmiscuirse.

Se acerca fin de año y supongo que por eso, hoy me ha dado por reflexionar y hacer balance. No ha sido, en ningún aspecto, mi mejor año, pero no significa que no haya aprendido varias lecciones que consigan que el regusto final no sea del todo desagradable. La lección más importante es una que viene repitiéndome un amigo desde hace años, que solía tomarme como un gracioso juego de palabras: "Ser fiel a los principios no implica ser fiel a los inicios".

Tan simple como cierto. Si algo ha caracterizado mi último año ha sido la lucha constante conmigo misma por no perder ciertos aspectos de mi personalidad que creía inamovibles. He sufrido varios cambios, tanto a nivel personal como con mi entorno, y durante muchos meses he sido reticente a aceptarlos, sentía que cambiar ideas que había estado forjando durante muchos años era una especie de fracaso, una debilidad emocional, una completa falta de personalidad pero, sorprendentemente, siento que he roto barreras que me tenían encorsetada en la teoría de lo que quería ser, no en la práctica de lo que realmente soy (los debates sobre qué es la realidad los dejaré para otro momento), y eso me hace sentir un poco más libre cada día. Creo que los cambios son buenos y solo las personas que los respetan son las que quiero que permanezcan en mi vida. La primera de ellas soy yo.

10 noviembre 2011

¡Si votas, no te quejes!

Siempre me ha dado rabia que me digan que si no voto en unas elecciones no tengo derecho a quejarme después. ¿Por qué? ¿Acaso es una obligación votar? ¿Dejaré por ello de ser ciudadana (y persona)? ¿Es tanto el poder al que estoy sometida que si no voto, los de arriba anularán por completo mis derechos? ¿Soy hipócrita por opinar sobre política aunque no haya hecho nada por elegir a un partido u otro? ¿Acaso no opina la gente sobre fútbol sin ser ella la que se debate en el terreno de juego? ¿Acaso no son igual de hipócritas y cojoneros (perdón por la expresión) aquellos españoles que durante los cuatro años de legislatura (del partido que sea) se han pasado tres años y medio, o más, maldiciendo y echando culebras sobre el presidente que ellos mismos eligieron? Y ejemplos de estos tengo unos cuantos, pero no quiero entrar en detalle, ni posicionarme por ningún partido, evidentemente.

Personalmente, siempre he considerado más sensato lamentarse por algo que no has hecho (por ejemplo, no votar), que quejarse por algo que has hecho con toda premeditación (por ejemplo, votar), pero no pretendo formar bandos, tanto en un caso como en otro se trata de quejarse, somos todos iguales, ¿acaso no es ese uno de nuestros deportes nacionales favoritos? Pues o nos podemos quejar todos o no se queja nadie. No consiento que se me juzgue por no participar de algo en lo que no creo ni que me digan cuándo puedo o no opinar, aplaudir, o quejarme o exaltarme.



Al margen de mis divagaciones, en este video el abogado Antonio García Trevijano hace una brillante defensa de la abstención electoral. El fragmento está extraído de un debate que se emitió, no sé exactamente el año, pero debió ser entre 1976 y 1985 en Televisión Española, en el programa La Clave. 

Creo que es la primera vez en muchos años que escucho argumentos que no pretenden manipular los sentimientos con aquello de que si no se vota se favorecerá a unos u otros (en el momento en que se piensa esto, el voto ya está condicionado y corrompido) o con eso de que debemos hacerlo por aquellos que lucharon o se quedaron en el camino para que disfrutemos hoy de nuestro derecho al sufragio universal... Pues con más razón, por todos aquellos que lucharon es por lo que no hay derecho a que esté pasando lo que está pasando actualmente con nuestros políticos y nuestro sistema electoral (y económico y social y cultural... pero eso ya es otro blog).

Ya para acabar, esto me recuerda a un debate que surgió no hace muchos años (y a día de hoy aún sigue) sobre la ley que permite a las parejas homosexuales contraer matrimonio. ¿Significa eso que todas estas parejas están obligadas a casarse? Como ya se les ha reconocido el derecho legal a hacerlo y ha costado tanta lucha y tanto sufrimiento... pues por narices todos a pasar por la vicaría, simpaticen o no con la institución matrimonial, ¿verdad? 

03 noviembre 2011

Puro teatro

A veces el sentido de la vergüenza y, sobre todo la autoexigencia, te privan de disfrutar de las pequeñas y grandes cosas de la vida. A veces es necesaria una válvula de escape, llámese alcohol, droga, sexo, locura o X, para liberarse y sentir lo que en un estado normal, rutinario, no se siente. 

Uno de mis defectos es que siempre quiero ser buena en todo y eso, a menudo, no suele ser así. Tengo prisa por aprender y de un día para otro ya quiero ser experta. Si hago algo de cara a los demás, pretendo que estos se queden con la sensación de haber visto algo grandísimo, no lo que verdaderamente soy, una aprendiz de la vida que, pese a mis treinta años, estoy dando aún mis primeros pasos.

Hace cosa de un mes y algo, un grupo de teatro local y amateur me pidió si les podía ayudar en una obra, ya que les faltaba alguien para uno de los personajes, el de una francesita algo ingenua y desorientada. Como eran amigos y siempre me ha llamado la atención el mundo de la farándula, no dudé en ofrecerles mi ayuda. Hubo poco tiempo, muy pocos ensayos y lo que en un principio era un texto no muy extenso y aparentemente sencillo se convirtió, para mí, en una serie de retos que llegaron a provocarme hasta vértigo. Después de muchos años sin actuar, me daba pánico enfrentarme al público, además de batallar con la voz, con el acento francés, con mi baja autoestima... 

El día del estreno estaba ofuscada maldiciendo la falta de tiempo y el no haberlo ensayado todo más, ya que, en mi caso, coincidió todo en una época un poco estresante de mucho estudio, de prácticas que entregar a contratiempo, etc. Durante el ensayo general previo, se me avecinaba un desastre. Era una obra de aficionados, sí, que no supone ningún cambio sustancial en mi vida más que el de vivir algo por puro placer, pero esta manía de quererlo todo tan perfecto me da rabia. ¡Tendría que haber estado disfrutando! 


El reparto al completo
Pero... tachán, tachán, pasó que el resultado fue mejor de lo esperado. Siempre he pensado que el estado de concentración que adquieres en un momento así, de nervios, con focos que no te dejan ver, y sabiendo que no hay marcha atrás y ya no valen las tomas falsas, difícilmente se puede adquirir en otras circunstancias. Y esa sensación me encanta. Esa satisfacción al oír al público interrumpirte con su risa, esos aplausos que, merecidos o no, te hacen feliz por un instante, esos nervios, esa adrenalina... Dios, parezco una concursante de OT hablando así.

"Quin parell de dos", Barcelona, 30 de octubre del 2011
Hoy viendo las fotos, he pensado que esta experiencia ha sido mi pequeña válvula de escape y que tiene que haber alguna manera para trasladar esa adrenalina, esa concentración de intensidad, a la vida diaria. El amor es lo que se me antoja más cercano, pero este —al menos en mi caso, por suerte— carece de esa fugacidad momentánea. No quiero dedicarme por completo a ser actriz, ni al mundo del espectáculo, pero quiero seguir sintiendo que a pesar de las dificultades y de los desastres que puedan preverse, y de los nervios que eso provoca, y de lo poco trascendental que pueda parecer algo en un principio, todo vale la pena. Seguiré buscando la manera, entre función y función (que aún quedan unas cuantas) y la encontraré.

04 octubre 2011

Cansada de enroscar bombillas y creer que son ideas

Haciendo de hombre-orquesta en tu puerta,
esperando verte salir,
o aguardando sentado a que en la pantalla 
aparezca la palabra fin

Uno de los mayores inconvenientes que acecha a quienes pretendemos —y no conseguimos— escribir algo en condiciones algún día es el de caer en el hábito monotemático fruto, muchas veces, de un limitado conocimiento y encasillarse, como se suele decir. Después de una adolescencia inevitablemente cargada de pseudo-literatura rancia y sentimental, de corazones rotos y choques generacionales, vino lo que suelo llamar mi “etapa universitaria de trenes y andenes”. Pasaba tres horas diarias en el tren para ir y venir de la universidad y la gente con la que solía relacionarme por aquella época también vivía lejos, así que casi todas mis historias, reales y ficticias, empezaban o acababan en una estación de tren, a menudo con el banco rojo de la Renfe por paisaje, un cigarro con el que cerrar la reflexión y la figura de un vagabundo para echarle más dramatismo al asunto. Ya desde bien joven me abrumaba lo injusto y triste que puede ser el mundo.

Tras esta etapa vinieron otras de menor duración, como la etapa rebelde de cristales rotos y hojas de cuchillas amenazando con acabar con todo, la etapa “voy a escribir literatura erótica ahora que por fin sé de lo que hablo” o intentos fallidos de filosofía barata. La más acusada de un tiempo a esta parte es la que podríamos llamar, como suelen hacer los manuales de literatura, “última etapa” o “etapa de maduración”. Que no os engañe la palabra maduración, en el fondo sigo siendo la misma. Prestad atención, en cambio, en lo de “última”, pues no sé si será este momento de desolación en que ya poco creo en mí el que me hace pensar que ya no hay vuelta atrás. Me influye mucho el paso del tiempo y sus consecuencias como para no sacar a relucir estas ideas cada vez que trato de escribir algo. Solo me apetece hacerlo cuando me siento envejecida, ya sea por mi piel, que parece cambiar de un día para otro, ya sea por ver como cambia mi entorno mientras me aferro a lo mismo de siempre, ya sea por la degradación constante de unas relaciones y otras, o por la maldita melancolía que no me abandona nunca, como si escribir fuera la única manera de detener el tiempo para encontrar un resquicio de tranquilidad. Y me empeño en salir de esa situación, porque quiero contar mi alegría, el brillo de esas pequeñas cosas que me hacen feliz un solo instante y, por supuesto, no quiero ser infeliz ni regodearme en la tristeza pero, como una adicta, necesito de ella para poder crear algo.

Cuando era (pre)adolescente, sumida en mi romanticismo, huía del tipo de vida que socialmente se me asignaba. No quería salir de fiesta, no quería aprender a maquillarme ni ir vestida a la moda. Mis compañeros de clase me parecían superficiales y yo era más feliz sola, en la penumbra de mi habitación, iluminada con velas, escuchando música poco convencional para la época y para mi edad, devorando libros… y sobre todo, bolígrafo en mano, dispuesta a comerme el mundo con mi supuesto don para la escritura. Ese romanticismo fue evolucionando hacia una mayor sociabilidad y, aunque quise ser muchas cosas de mayor (deseos que iban y venían según soplaba el viento), ser escritora (o escribir, simple y llanamente) es el único sueño que se ha mantenido firme todo este tiempo, debido a sus muchas ventajas: posibilidad de hacerlo al aire libre o en cualquier lugar, posibilidad de hacer una buena acción consiguiendo que la gente se evada de su, tal vez, asqueado mundo real, reconocimiento social, compatibilidad con otros trabajos o actividades… La mayor ventaja de todas es la de la propia satisfacción de crear. Quizás mi instinto maternal vaya más por esos derroteros. Me asusta la idea insensata de traer niños a un mundo que parece abocado al fracaso constante, pero esto ya es otra historia.

Sea como sea, la sensibilidad muestra su lado más cruel a medida que voy haciéndome mayor. Ya no me valen esos consejos de intentar ser positiva y tratar de ver siempre el lado bueno de las cosas, porque mi desolación va mucho más allá de todo eso. Sé que no estoy perdida del todo. No he perdido mi sentido del humor, ni dejo de disfrutar de todo aquello que da sentido a mi existencia. Incluso soy capaz de valorar positivamente el dolor, la rabia, la impotencia, los celos… pero por todos es sabido que cuando más sensible eres más frágil te sientes, y a día de hoy me siento incapaz de ponerle más contrafuertes a esta fragilidad para que no acabe de derrumbarse del todo. (Solo) tengo treinta años, pero la apreciación del tiempo desde hace ya algunos años es tan fugaz que a veces es como si ya los hubiera pasado, como si en vez de treinta, fueran cuarenta o cincuenta.

Al final se reduce todo al miedo. No sé muy bien a qué, si al futuro, a la muerte, a la soledad, a la sociedad en general que cada día está más loca… pero miedo al fin y al cabo. Y trato de desdoblarme, de refugiarme en la creación de historias, gentes y lugares ficticios que proyecten todo lo que queda eclipsado por el miedo a la vida real. Y como la pescadilla que se muerde la cola, la frustración de no conseguirlo, la conciencia de mis propias limitaciones, es la que vuelve a tirarme de cabeza al miedo.

En pocas palabras, estoy estancada. Quién pudiera volver a la pseudo-literatura rancia y sentimental y a la ingenuidad de las primeras intentonas...

03 junio 2011

El otro lado de la cama

***
De pequeña solía leer (no recuerdo el título) un cuento sobre un anciando que, a oscuras con un quinqué, en camisón y gorro de dormir, salía de su casa a altas horas de la madrugada en las frías noches de invierno de la Inglaterra del siglo XIX. Salía de la cama, daba un paseo y volvía a ella, titiritando en silencio. Cuando la criada le preguntaba, perpleja, el por qué de esa costumbre, el anciano siempre respondía que para valorar la calidez del hogar y las mantas, era preciso no olvidar el frío y la inclemencia. 

Qué idiota me parecía aquel hombre cuando lo leía bien acurrucadita con la linterna bajo la manta, antes de dormir, en aquellos años en que mi mentalidad era más simple y solo era capaz de hacer una interpretación literal de los hechos.

Poco a poco, fui entendiendo que todo en la vida tiene su lado opuesto, que lo bueno siempre tiene su lado malo, y viceversa; que para disfrutar hay que saber que lo podrías pasar peor y que para pasarlo mal debes recordar que podrías pasarlo mejor pero yo, que solía ser de tonos grises, ni blanco ni negro, a día de hoy no logro el equilibrio. ¿Dónde está el límite diario de cambios anímicos para considerarse una persona mínimamente cuerda?


31 mayo 2011

Apadrina a un filólogo


Hace unos días vi de casualidad este video y me llamó mucho la atención, así que busqué la película y me acomodé en mi cojín gigante, a devorar pipas y coca-cola, como hago siempre cuando tengo casi la certeza de que voy a disfrutar durante un par de horas delante del televisor. Ya el título me pareció curioso, y más cuando al poco rato era Nacho Vegas quien sonaba de banda sonora en un contexto aparentemente poco propicio para él, pero que quedaba genial. Luego fue decayendo, porque la música no tenía todo el peso que esperaba en la película.

Normalmente procuro no saber mucho acerca de las películas antes de verlas, prefiero dejar que me sorprendan poco a poco, sin ideas preconcebidas. Debe ser la ley de Murphy, porque si me dicen que es muy buena, acaba no gustándome, y si me dicen que es pésima, le veo encanto o me entusiasma. Aunque hay excepciones, claro, prefiero generar mi propio criterio, sin influencias. En este caso, no sabía de qué iba, no sabía nada de la trama, no conocía a los actores y ni siquiera sabía que era la primera película del Trueba Jr. y que había estado nominada a un par de Goyas. Eso sí, después de ver una película, me hincho a leer críticas de Filmaffinity y similares, para contrastar opiniones. Es lo que tiene la vida moderna, que no hace falta salir de casa para sentirse un rato acompañado.

Mi opinión general de la película es bastante positiva, aunque tirando a mediocre. No soy crítica cinematográfica —ni ganas—, así que tampoco pretendo hacer un examen exhaustivo, pero sí decir que me pareció una película llena de posibilidades mal explotadas. En general, me pareció irregular, por un lado, momentos muy muy buenos, muy inteligentes y con buenos planos, y por otro, escenas muy mal logradas, en cuanto a guión sobre todo. Debo decir que solo la he visto una vez, así que es posible que con el sonido de las cáscaras de pipas se me escaparan muchas cosas. Aún así no me dejó indiferente, en general es una buena reflexión acerca de la vida y las relaciones de pareja, es fácil sentirse identificado sea como sea como estés viviendo tú el amor en ese momento, aunque la linea argumental general de la película sea bastante simple y predecible en muchos casos.

Si hablo de esta película, ya véis, no es porque me pareciera una gran obra de arte. Hablo aquí de ella por lo sentí leyendo todas esas críticas después. Por un momento, hubiera deseado tener delante a toda esa gente que deja su opinión en la web y hacer una tertulia envuelta en humo, a lo Garci, y demostrarles que soy una persona normal y corriente, no una especie en extinción.

¿Porqué digo esto? Quizás a partir de ahora pueda haber algo de spoiler (muy poco), así que atentos aquellos que no quieran saber nada de la peli antes de verla, por si acaso.

El protagonista es filólogo, como yo. Le gusta escribir poemas y cartas, como a mí. Es hombre de una sola mujer, aunque a veces se esfuerce por aparentar lo contrario, como yo. Es una persona de carácter apagado, melancólico, estático, de futuro incierto... como yo. Trabaja en una librería pequeña y antigua, no como yo, pero yo visito varias.

Pues bien, según estas premisas, a muchas personas que han dado su opinión sobre la película, ese personaje les parece trasnochado, inverosímil, obsoleto, anacrónico, pedante, arrogante, y varios adjetivos por el estilo... Y no me refiero a quienes juzgan las aptitudes interpretativas de Oriol Vila, el protagonista (que tampoco creo que sea un actorazo), o del resto de personajes (bastante mediocres la mayoría también, en mi opinión) sino a quienes juzgan el personaje y afirman que la película es aburrida, no por los muchos motivos que hacen de esta una película mediocre, sino porque el personaje, según esta gente, es inverosímil y poco cinematográfico. ¡Poco cinematográfico! Porque un filólogo nunca podrá ser un héroe (o antihéroe) de cine, un filólogo no puede ser otra cosa que un pedante, o porque ¿quién tiene la desfachatez de relacionarse con gente que le guste leer o escribir o filosofar? ¿es posible que alguien escriba a boli todavía? ¿quién, a día de hoy, piensa o razona? ¿eso qué es? o ¿quién utiliza aún en sus conversaciones referencias literarias o cinematográficas? Eso ya no se lleva, seamos modernos, por Dios...

A toda esta gente que opina que eso ya no se lleva, la invito a que se pase una temporada por mi vida, que conozca a mis amigos, que se pasee por las universidades y escuche las conversaciones de la gente... Verán que no es tan raro. O yo me relaciono con la única gente del mundo que tiene intereses culturales, o es que no somos tan pocos como algunos se empeñan en creer.

Ya que estamos en época de reivindicaciones, quiero decir desde aquí que los filólogos somos una realidad social como cualquier otra, señores. Desde que empecé la universidad, hace unos diez años, siempre he escuchado comentarios despectivos, o he visto expresiones faciales con aires de desprecio al oír mi respuesta a la pregunta "¿qué estás estudiando?", como si decir Filología fuera sinónimo de estar condenado al fracaso. Que nos guste el lenguaje, la literatura y el arte en general, no significa que seamos unos pedantes que despreciamos al populacho. Nos gusta eso, como a un médico le gustará el cuerpo humano, como a un historiador la Historia, como a un mecánico los coches, como a un jardinero las flores o a un campesino el campo. No logro entender qué tenemos de raro. Somos gente que hemos estudiado una rama del conocimiento que hoy en día se sigue estudiando y que sigue evolucionando. ¿Por qué no hay cabida para nosotros en el cine, y sin embargo hay infinitas películas y series de abogados arrogantes, de médicos insoportables, de alienígenas y seres mucho más inverosímiles que un filólogo cultureta?

La vida es así, parece. Si un abogado te da consejo legal, te postras a sus pies; si un médico te habla con tecnicismos y no te enteras de nada, da igual, él tiene razón, hay que hacerle caso; si un arqueólogo hace un gran descubrimiento te parece admirable; si un cantante hace un pareado, todos aplaudimos; si un filólogo te dice que "eso no se dice así, sino asá", es un ser odioso y engreído. 

Pues bueno. Pues vale.

(Suspiro)